una resumida experiencia semanal

  Estos últimos días casi no he salido, y cuando lo he hecho, ha sido principalmente para realizar trámites, visitar parientes o ir a una que otra entrega en el metro. De ello tengo unas cuantas experiencias de acoso que contar, pero que no son solo mías, sino que de ahora en adelante también relataré lo que leo de la gente que me rodea -tanto conocidas como desconocidas- y que me han impactado profundamente.

 Comenzaré por el día Martes. Ese día, decidí ir a visitar la casa de mi abuela, pero lo que debiera ser un agradable camino a su casa, se ha transformado en una tortura desde que está la constructora de un edificio que se levanta justo detrás de la casa de ella. Angustiada, doblé una calle antes para no tener que pisar la calle donde ellos se encuentran. Quienes lean esto se preguntarán ¿pero, te ha pasado algo antes ahí que has decidido no pasar?, y la verdad es que sí. El día que falleció mi tia Alicia producto de un atropello, decidí rápidamente dirigirme a la casa de mi abuela en donde se estaban reuniendo todos. En el trayecto no pude contener las lágrimas, cosa rara en mí, pero el hecho había sido demasiado aplastante para mi alma. Poco antes de llegar a la casa, un señor se creyó en el derecho de decirme ''igual te ves rica llorando''. Me indigné por dentro, pero iba tan destrozada que solo continué mi camino. Por supuesto que en otras ocasiones, el grupo de constructores está en la esquina almorzando, y debo pasar obligatoriamente por ahí; si bien no me han gritado nada, la descripción de las miradas es asqueante. Volviendo a nuestro punto inicial, llegando a la casa de mi abuela de visita, me percaté que no había ningún hombre de la constructora, pero es significativo resaltar que solo las experiencias previas generaron el malestar necesario para que yo no decidiera pasar nunca más por esa calle, y darme el trabajo de doblar una antes.

 Todo bien en la casa, hasta que tuvimos que irnos. Ya saliendo de la casa, un hombre de la constructora, del cual me atrevo a decir que tenía más de 60 años, se giró descaradamente a mirarme en dos ocasiones; no le importó que fuera acompañada por dos mujeres más: mi prima y mi madre (que tiene 62). Llegando al paradero, mi prima nos dejó y mientras se iba pude ver que también un hombre la miraba descaradamente. Subiendo a la micro, la tortura no terminó, porque arriba iba un payaso, también de más de 50 años, que me acosó descaradamente frente al público de toda la micro. El escenario empezó así: mientras yo subía las escaleras, él nos saludó con tono burlón para luego centrarse absolutamente en mí. Comenzó diciendo algo similar a esto

-Querida, eres muy bella, ¿me permites piropearte sin que me demandes?, porque comprenderás que no te diré nada sobre ensaladas.

 Esto último hace alusión a lo que ocurrió con la primera denuncia de acoso en Chile, donde una persona que vendía ensaladas le dijo a una joven que comiera más ensaladas para conservar la silueta... esa joven, era una niña de apenas 13 o 14 años. La gente rió ante esto. No supe qué hacer, más que reír como estúpida, porque no podía quebrar el ambiente poniéndome desagradable. Por presión, le dije que sí, siempre y cuando no fuera ordinario. Me dijo un par de cosas no ordinarias, pero fue horrible que una persona que ni siquiera me conocía, se diera la licencia de decirme esas cosas en público, habiendo una clara y terrible diferencia de edad (para mí era claramente una muestra de pedofilia). El resto del trayecto, de vez en cuando me volvía a dirigir la palabra, por lo cual no pude dejar de estar tensa.

 El día jueves, me dirigí a hacer unos cuántos trámites para firmar la renuncia de mi trabajo anterior. Me acompañó mi madre, con la intención también de comprar algunos elementos en el supermercado. En el trayecto, recibí más de una mirada lasciva, absolutamente todas provenientes de hombres mayores: en el momento en que mi mamá compró unos pasteles; cuando me regaló un chaleco naranjo con motivo de mi cumpleaños; cuando salíamos del supermercado y nos dirigíamos al paradero de micros.

 Hoy, quedé de realizar una compra en el metro Gruta de Lourdes, una baratija de vestido. En el camino, muchos hombres me miraban. Esta vez hice el intento de mirarlos cada vez que lo hacían y la respuesta era la evasión de mi mirada: por miedo. Ellos saben que lo que hacen no está bien, saben que en la cultura actual que se deconstruye estas prácticas no están aceptadas... y tienen miedo. Un miedo necesario, porque como mujeres vivimos esto todos los días y solo ahora que hay miedo, hay un poco más de respeto; no entendieron jamás por medio de la razón.

 Así fue mi trayecto el día de hoy (viernes): lleno de miradas desde que salgo de mi hogar, hasta cuando llego. Mi casa es el único lugar seguro, mientras que en la calle, me siento constantemente observada. Es terrible sentirse así, creo que ha afectado considerablemente a mi autonomía, porque desde hace tiempo que soy casi incapaz de salir a hacer cosas sola y cuando lo hago, prácticamente corro por las calles, sin mirar a la gente que pasa.


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